"Un libro es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora."
(Proverbio hindú)

sábado, 29 de junio de 2019

MAMANANA

Avance

Esta es la historia de un mozuelo de unos 14 años de edad y dueño de una peculiar personalidad que lo dice todo y, que vive una inusual experiencia que lo deja marcado para siempre. El fenómeno de la muerte le arrebata y lo deja sin su querida MamaNana. Y, de ahí en mas, pasan cosas. Pero, él nos lo contará todo...Vayamos, pues, a leerlo.

“MAMANANA”

Atención… ¡Shihhh!
En el reino de la mente pueden suceder cosas que ni el propio raciocinio puede ni alcanza a dilucidar. ¿Quién conoce la dimensión -verdadera- de la mente? ¿Finita? ¿Infinita? He aquí un interrogante abierto y he aquí un hecho constante. Saque conclusiones el lector.
El Autor

La Visita

Toc. Toc. ¡Toc! Los golpes sonaron fuertes y secos en la noche profunda y cerrada. Toc. Toc. ¡Toc! Los golpes en la puerta del aposento nos despertaron sobresaltados a mí y a mi mama. ¿Qué era? ¿Qué pasaba? ¿Quién era? Eran golpes rudos y autoritarios, sin asomo alguno de timidez. La puerta de nuestro dormitorio estaba entreabierta y dejaba entrever a través de la abertura de unos diez centímetros aproximadamente, la negrura del cuarto contiguo que servía de recibidor con puerta a la calle. En nuestro cuarto había algo de claridad, pues mi mama solía dejar los postigos de la ventana un poco abiertos para que entrara algo de aire y ventilara la habitación. Así que, en la semipenumbra podíamos percibir con cierta nitidez el lugar de donde provenían los golpes.

Toc. Toc. ¡Toc!, siguieron los golpes imperativos.

Mi mama se levantó como un resorte y rápidamente se puso delante de mí como un escudo protector. Es increíble la agilidad felina conque salta una madre cuando intuye peligro para sus cachorros. Y allí estaba mi madre, de pie ante lo desconocido, dispuesta a defender -si fuera preciso-, en duelo mortal y desigual lo suyo. Esa era mi Mamanana.

El miedo había atenazado nuestros corazones, pero mi mama, sacando fuerzas de flaqueza y con voz desconocida y gutural, gritó fuertemente: “¿Quién es?” “¿Quién está ahí?” “¿Qué quieren?”. La voz de mi mama sonó vibrante en el silencio de la noche vacía. Noté a mi madre trémula, temblorosa tal vez y tensa, por el esfuerzo y la gran tensión por la inminencia de amenaza desde lo desconocido. Pero nadie contestó. Hubo silencio por respuesta. Hubo el más absoluto silencio.

Afuera se había levantado un poco de viento como una brisa suave que se colaba por la ventana. Era un viento frío… doblemente frío… pero pesado a la vez, preludio de alguna tormenta nocturna que se aproximaba o el resultado de nuestro miedos, pues el terror mórbido había hecho presa de nosotros y aumentaba por momentos, pues lo que fuera que estuviera al otro lado de la puerta estaba dentro de la casa y muy cerca nuestro; y la puerta estaba abierta…

La atmósfera se hacía irrespirable y los corazones parecían querer salírsenos del pecho. Calculo que podrían ser las dos o las tres de la madrugada, hora muy propicia para esa clase de cosas de naturaleza desconocida a mi mama y a mí. Ante el peligro de lo siniestro desde las tinieblas, el cerebro se alerta rápidamente, y la mente, con la velocidad de la luz, hace sus propias evaluaciones y ecuaciones. Son todas conclusiones y deducciones en esos momentos y a velocidades meteóricas, entre erráticas y acertadas. Todo puede ser. Todo puede suceder. “¿Quién podría estar tocando a estas horas a la puerta de nuestro dormitorio? ¿Qué podía ser? ¿Cómo había entrado? ¿Por qué? ¿Para qué?”. Eran las preguntas que agolpadamente se venían a la cabeza. Las ventanas tenían rejas de hierro, y la puerta de la calle estaba bien cerrada y atrancada. Ya se ocupaba mi mama de que así fuera. ¿Habría que descartar a los ladrones entonces? Además, los ladrones no hurtan ni entran por donde no pueden. Además, los ladrones no tocan puertas anunciándose, pues su “visita” no es bienvenida ni hace a su negocio. Su estrategia suele ser lo sigiloso y la sorpresa. ¿Sería un asesino entonces? Y, ¿qué querría de nosotros un asesino? Sí, claro, asesinarnos; para eso son asesinos.

Continuará...

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