"Un libro es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora."
(Proverbio hindú)

viernes, 1 de noviembre de 2019

El tiempo se diluye en el universo cuántico (Continuación)

Merced a estas propiedades cuánticas, el flujo del tiempo cuántico no sigue una flecha hacia el futuro, sino que está en un estado en el que la causa y el efecto pueden coexistir en una dirección que tanto avanza hacia adelante como retrocede hacia atrás (el pasado).
--Superposición en el espacio.

El experimento imaginario de éste grupo de físicos no se desarrolla en una caja, sino que usa la imaginación para investigar qué pasaría con dos naves espaciales que estuvieran en la misma situación que el gato, es decir, afectados por una superposición de estados.
En el primer momento del experimento imaginario, las dos naves acuerdan dispararse recíprocamente inos proyectiles y evitar daños. Y lo consiguen conviniendo los tiempos de los disparos: sabiendo cuándo va a disparar la otra nave, la atacada se desplaza un poco antes y escapa al proyectil. Si cualquiera de las naves dispara demasiado pronto, destruirá a la otra.
Hasta aquí, todo funciona tal como se desarrolla en el mundo ordinario. Pero los investigadores fueron más lejos e introdujeron en el experimento una teoría formulada por Einstein en 1915.
Según la relatividad general, la presencia de un objeto masivo ralentiza el flujo del tiempo, por lo que los investigadores imaginaron que colocaban un planeta cerca de una de las dos naves espaciales para ralentizar su flujo del tiempo.
Aunque conozca el momento en el que l
A otra nave va a efectuar el fisparo, la nave cercana al planeta no evita su destrucción, ya que su tiempo ha dejado de coincidir con el de la nave atacante. Esa asincronia temporal, resultado de la relatividad general, habría acabado con una de las naves.
En la siguiente fase del experimento imaginario, los investigadores, en vez de introducir la relatividad general, recurrieron a la mecánica cuántica y pusieron el planeta en un estado de superposición de estados cerca de una de las naves.
--Aspecto cuántico del tiempo.

El resultado fue tan sorprendente como el que obtuvo Schrodinger hace casi 85 años: cerca de un planeta en superposición de estados, las dos naves son destruidas y sobreviven al mismo tiempo, porque la superposición del planeta se prolonga a la secuencia de ataques y desvíos programada por las dos naves.
En consecuencia, las naves estelares se destruyen y sobreviven simultáneamente en dos eventos separados, ilustrando por primera vez cómo puede ocurrir este escenario cuántico y cómo puede verificarse científicamente.
«Mover planetas es difícil», dijo Pikovski.
«Pero imaginarlo nos ayudó a examinar un aspecto cuántico del tiempo que antes era desconocido», concluye.
Otro de los autores. Fabio Costa, de l
A Universidad de Queensland, añade a su vez: «Aunque una superposición de planetas nunca sea posible, la tecnología permitió una simulación de cómo funciona el tiempo en el mundo cuántico, sin usar la gravedad».
Y destaca la importancia del hallazgo para las tecnologías futuras: los ordenadores cuánticos pueden aprovechar esta particularidad del tiempo cuántico para realizar operaciones de manera mucho más eficiente que los ordenadores actuales, sometidos a la secuencia fija del tiempo ordinario.

Tendencias 21
De bolsamania.com.  --Por Capitalbolsa-- 03-09-2019.

El tiempo se diluye en el universo cuántico

Buenos días desde Granada, Andalucía, España.
Estimados usuarios de El rincón Linarett:
Hoy, 1 de Noviembre de 2019, y, para satisfacción de todos los «Rinconetes», declaro inaugurada la 4a. Plataforma «Taller de Divulgación», con una curiosa entrega relacionada con el tiempo. que de seguro, todos los amantes de las ciencias agradecerán.
Encantado.

«El tiempo se diluye en el universo cuántico».
El tiempo cuántico está en una superposición de estados en la que pasado, presente y futuro se funden, y en la que los procesos de causa y efecto se invierten. Toda una promesa para la futura computación cuántica.
La superposición cuántica es una de las extrañas propiedades del mundo subatómico que permite a las partículas elementales de la materia estar simultáneamente en dos lugares o estados diferentes. 
Tal como explicamos en otro artículo, para explicar la superposición de estados, el físico Erwin Schrodinger imaginó en 1935 un gato encerrado en una caja junto a una botella de gas venenoso y un plato de comida. El gato puede jugar con el dispositivo venenoso y morir o tomar el alimento y vivir, con una probabilidad del 50% para cada opción.
Según el mundo cuántico, el gato está en realidad vivo y muerto a la vez, en una superposición de estados hasta que un observador (el científico), abre la caja para ver lo que ha pasado y se produce un salto cuántico que concreta la suerte del gato. 
El gato de Schrodinger es sólo un experimento imaginario que explica lo que supuestamente ocurre en el universo cuántico. Pero ahora, un grupo de físicos de la Universidad de Queensland, dirigido por Magdalena Zych, ha desarrollado otro experimento imaginario menos sorprendente.
Ha descubierto que la superposición de estados no sólo es una propiedad de las partículas elementales, sino también del tiempo. Eso significa que no sólo el gato de Schrodinger está vivo y muerto a ls vez, sino que está tomando el alimento y el veneno al mismo tiempo en un bucle interminable.
----Dinámica incomprensible...
Es decir, según este nuevo experimento imaginario, el tiempo cuántico está también en una superposición de estados en la que el pasado, el presente y el futuro se funden, y en la que los procesos de causa y efecto se invierten, convirtiendo el efecto en causa y la causa en efecto indistintamente, en una dinámica incomprensible para los sentidos.
«La secuencia  de eventos puede convertirse en mecánica cuántica», explica uno de los autores de ésta investigación, Igor Pikovski, del Centro de Ciencia e Ingeniería Cuántica del Instituto de Tecnología Stevens, en un comunicado.
Y añade: «Observamos el orden temporal cuántico, en el que no hay distinción entre un evento que causa el otro o viceversa. Al mismo tiempo, A puede causar B y B puede causar A, en un bucle cuántico que desdibuja las líneas de causa y efecto».
El trabajo, publicado en Nature Communications, se encuentra entre los primeros en revelar las propiedades cuánticas del tiempo.
--Continuará...

domingo, 27 de octubre de 2019

El Arca de los Nommos (continuación)

La niña se lleva ambas manos a la cara y se cubre el rostro, y comienza a sollozar
convulsivamente. La abuela preocupada la atrae a sí y la abraza tiernamente y con
fuerza.
-“Tranquila hijita, tranquila; no pasa nada. Abuelita te protege y te cuida. Nadie te hará
daño; nadie. Dime lo que viste.”
-“Los vi a “ellos” abuelita. Los vi a “ellos”.”
-“¿Quiénes son “ellos”? Cuéntame cómo son, Amalita.”
-“¡No quiero verlos! ¡No quiero verlos!” -grita histérica la niña-.
-“No. No los veas. Simplemente dime cómo eran “ellos” para poder ayudarte a saber de qué se trata todo esto.”
La niña, más calmada, se dispone a dar una descripción de “ellos”, a la abuela.
-“Verás, abuelita. “Ellos”, eran algo así… como… ¿cómo te diré?, algo así como unos seres muy, muy grandes, y eran parecidos a enormes perros, mastines feroces de fibrosos cuerpos y colmillos y fauces muy grandes. Miraban con ojos de demonio y llevaban látigos en sus manos (garras). Cuando se paraban en sus patas traseras podían medir unos tres metros de altura, como una casa; pero si se estiraban para ver, si algo les llamaba la atención, podían llegar a medir el doble. Eran verdaderamente gigantescos y formidables. A veces andaban a cuatro patas, según necesidad, y por momentos parecían transparentes. Iban muchos a lado y lado de la procesión y a intervalos regulares custodiando la caravana. También, solían rugir y castigar a la muchedumbre.
Sin darme cuenta de lo que hacía, comencé a caminar al lado de ellos, como una autómata. ¿Fascinada tal vez, por el increíble espectáculo que se presentaba ante mí? ¿Y mis miedos? No sé. Sólo sentía como ‘algo’ que me llevaba a seguir la caravana. De pronto uno de ellos reparó en mí. Ahora sí sentí el miedo recorrer mi cuerpo. Un escalofrío me sacudió entera, y el sudor empezó a bajar por mi espalda y extremidades.
La criatura enorme se agachó y examinó inquisitivamente lo que tenía delante, pero prestó especial atención a mi frente. Después, de un manotazo me apartó de su lado diciendo: “¡Márchate niña! Tú no estás marcada. No perteneces a este contingente ni tienes lugar en esta procesión de condenados”. La voz sonaba gutural y hueca, y como metálica, como si viniera de muy lejos. Y yo deseé en ese momento que me tragara la tierra. No obstante, y sin saber por qué, como si algo misterioso me empujara, los
continué siguiendo a prudente distancia. El valor o la insensatez, yo no sé de dónde
salían. A medida que caminábamos, alejándonos más y más del Colegio, escuché que se hablaba de una gran muralla, y hasta allí parecía ser que nos dirigíamos. Y, efectivamente, no pasó mucho tiempo cuando desembocamos en una gran explanada, y… allí enfrente estaba… la “Gran Muralla”, que se extendía a ambos lados y hasta donde se perdía la vista. Aquello, ¡era sencillamente imponente! Yo nunca había estado allí ni conocía esa parte de la ciudad. Según se escuchaba por allí, la muchedumbre procedía de un radio extenso, abarcando caseríos y poblaciones en general, y como el camino hacia la Gran Muralla cruzaba por nuestra Ciudad, de ahí tanta gente juntada y reunida.
-Según el “arreglo” que se descubrirá más tarde, era ‘Día de Recogida’-.
La Muralla podía medir varios metros de altura y había escalinatas de piedra e intervalos regulares que ascendían hasta lo alto, al borde. Los seres enormes como perrazos, con furia y a latigazos empezaron a arrear a la muchedumbre y a obligarlos a subir las escaleras; y a medida que ascendían, al llegar arriba, desaparecían. Y entonces, con horror descubrí, que allí, arriba de la Muralla había otros seres enormes que con malas maneras empujaban a las personas hacia el lado exterior de la Muralla, y a los que se retraían de arrojarse al vacío los golpeaban brutalmente. Desde mi posición abajo, pude contemplar a estos nuevos seres y descubrí que se parecían a machos cabríos de las cabras (¿demonios de pata de cabra?) y en lugar de dos ojos, tenían un solo gran ojo que les abarcaba prácticamente toda la frente, y lo cual les daba un radio visual abarcador casi cien por cien. De esta manera nadie podía escapárseles de su control total y radio de acción… y… el empujón. Entonces descubrí al pie de la Muralla una especie de ventanuco por donde cabía mi cuerpo entero, y por allí asomé mi cabeza a la negrura del exterior. Y entonces pude ver algo que no termino de asimilar.”
La niña se detiene y se “ausenta” o se abstrae, como contemplando algo. La abuela la sacude suavemente y la saca de su muda concentración.
-“Dime, Amalita, ¿qué viste? ¡Continúa, por favor!”
La niña vuelve en sí, y concluye con su relato:
-“Vi que cientos de personas, mujeres, hombres y niños, de todas las edades eran empujados por aquellas “bestias” insensibles y caían al abismo insondable, negro como la noche, y caían, caían, caían… hasta desaparecer. ¡Pobres desgraciados!”

La niña se queda estática y como si de un trance se tratara. Y la abuela se queda largo tiempo pensativa y como bloqueada en todos sus sentidos y movimientos.
A partir de entonces, la abuela sometió a una discreta observancia a su nieta por ver si pudiera percibir algunas señales de daño emocional o de otra índole en el
comportamiento personal de la muchacha a raíz de aquel extraño suceso. Y por supuesto, que el caso no fue comentado por ninguna de las dos con la madre de la niña.
Al cabo de los días, doña Matilde, notando a su nieta como retraída, pero más madura y callada que lo normal, se atrevió a abordarla y preguntarle:
-“Pero, dime Amalia, ¿y tu maestra? ¿No notó nada aquel día que te ausentaste de la clase? ¿No echó de en menos tu falta?”
-“Si me echó de menos o no, no lo sé abuela. Pero es el caso que no me dijo una sola palabra. Solo se limitó a mirarme como si comprendiese lo que había sucedido, y mis compañeras guardaron silencio, como si nada; ídem de ídem; como si el tiempo no hubiera transcurrido. Todo muy extraño, abuela, muy extraño.”
-“Pero, dime Amalita -vuelve a insistir la abuela-, ¿no habrá sido todo un mal sueño? ¿No te lo habrás imaginado?”
La niña se pone muy nerviosa y tiene como un acceso de histeria y protesta airada.
-“¡No! ¡No! ¡No! No es ningún sueño ni es ninguna imaginación. Lo he visto. ¡Lo he
visto con mis propios ojos!”
Y entonces desesperada, la niña se sube la manga del vestido y enseña el brazo.
-“¿Lo ves? ¿Lo ves? Aquí está la marca que me hizo ese ser cuando me empujó para que me fuera.”
-“Criatura mía solo tienes nueve años, y cuesta creer lo que dices que has visto, pero te creo, te creo. Pobrecita mía, cómo estás sufriendo.”
-“Pues lo aseguro y lo juro. Y no nos subestimes a los jóvenes por la edad, abuela. Mis tiempos no son tus tiempos. Son otros tiempos. Mi generación se asienta y sustenta en la tecnología del ‘chip’, y quizá, para bien o para mal, tengamos más desarrollados los
sentidos de la percepción, u orientado el intelecto a las técnicas de la superación.”
-Bueno, no he querido ofenderte, hija. Pero a ver si tenemos aquí a una niña prodigio y no lo sabíamos.” -Se defiende la abuela-
-“No abuela, obsérvalo tú misma. Los niños de hoy nacemos ya apretando teclas. Somos los niños del ‘ordenador’ y el ‘móvil’. No nos cuesta nada aprender, asimilar y adaptarnos a las nuevas tecnologías que van apareciendo. Lo mismo programamos el televisor que mandamos un correo electrónico. Es la Era de la Informática y los Cibernautas, y los niños apostamos por el futuro con las máquinas como ‘Pabellón’. No hay otra manera. El mundo es así. Estos son nuestros tiempos. El niño… hoy… madura antes abuela. El niño ya no tiene inocencia. Hace rato que la perdió en aras del ‘progreso’. Entérate abuela.”
-“Tal vez, tal vez… sea así, hija. Sí, tal vez tengas razón. Pero, dime… -la abuela baja lavoz-, ¿para qué sirven todos esos chismes; el móvil y el ordenador y demás? ¿No vivíamos antes igual, o mejor sin esas ‘cosas’? ¡Ay! El modelo de sanas palabras.” -Se lamenta la abuela-.
-“Tal vez sea cuestión de criterios, abuela.”
-“Tal vez, tal vez, hija mía.”
Doña Matilde no es una mujer chapada a la antigua. Está consciente de los cambios drásticos por los que atraviesa la Sociedad humana en su estructuración, y se adapta lo mejor que puede. Pero los tiempo corren demasiado para sus ya torpes pies… y es no, a tanto correr. ¿Adónde vamos a parar con tanta “tecla”? Ah, si viviera el abuelo.
-“Abuela, ¿cuándo me dejarás entrar en la biblioteca del abuelo?”
-“Pues quizás, un día de estos, cariño. -La pregunta ha pillado de sorpresa a Doña
Matilde, pero tampoco le viene de grande tratándose de Amalita-. Ya vas teniendo edad como para entender los “apuntes” de tu abuelo. Tu abuelo era, por sobre todas las cosas, un investigador insaciable de cuanto misterio ocurriera a nuestro alrededor. Ah, si viviera, él sabría darte una explicación sobre lo que dices que has visto días atrás. Su biblioteca está repleta de libros antiguos que se caen a pedazos y que él atesoraba y no dejaba ni por un momento. Él parecía ‘beber’ en ellos. Parece ser que tú padeces de la misma afición y adición bibliófila. Eres tan sensorial para la literatura y los conocimientos como tu abuelo.”
-“¿Entonces me dejarás entrar, abuelita?”
La niña se cuelga tiernamente del cuello de la mujer a quien quiere con toda el alma y la colma de besos. “Sí, sí, abuelita”.
-“Bueno, un día de estos te dejaré abierta la puerta; pero no revuelvas papeles. Tu
abuelo no lo permitiría. Déjalo todo en orden, como a él le gustaría encontrarlo.”
-“Te lo prometo abuelita. Cuidaré todo.”
La niña sube presurosamente las escaleras y se encierra en su habitación… a soñar y soñar. ¿Será mañana? La biblioteca cae precisamente en el pasillo, enfrente de su dormitorio, y al lado está la habitación que fuera de los abuelos y donde ahora duerme sola la abuela.

jueves, 17 de octubre de 2019

El Arca de los Nommos

¡Cuidado!
¿Pudiera ocurrir que al levantarnos una mañana pudiéramos comprobar con horror que nuestra Tierra había sido “secuestrada” por unos “piratas” del espacio exterior? Pues eso es lo que ocurre en esta nueva historia. Nuestro planeta es manipulado por seres
extraterrestres. Disfrútelo… mientras pueda.
El Autor.

La Gran Muralla
Amalia, niña escolar de nueve años, entró a todo correr de la calle, y sin detenerse en lo más mínimo, subió apresuradamente las escaleras del Salón hasta su aposento instalado en la parte superior de la vivienda que compartía con su abuela, la señora Matilde Beltrán, y ya arriba cerró con un golpe seco la puerta de la habitación. La abuela, que ha
observado el extraño comportamiento de su nieta, preocupada, por lo inusual, la llama:
“Amalia. Amalia. ¡Amalita! ¿Qué te sucede, niña? Baja, ¡por favor!”. A los pocos
minutos baja la niña, pálida como la muerte y temblorosa como una hoja llevada por el viento. La abuela se queda perpleja al observar el cuadro que presenta su nieta y alcanza a preguntar: “Pero… ¿qué te ha pasado, mi niña para que estés así? Estás muy agitada.
Dime, cuéntame, ¿te ha regañado la maestra, o, se han portado mal contigo tus compañeras?”. La niña, demacrada y balbuciente, sollozando se arroja en los brazos de su abuela y da rienda suelta al llanto.
-“Oh, criatura de mi amor, cuéntame, cuéntame” -inquiere la abuela apesadumbrada y acaricia a la niña condescendiente-.
-“Verás abuela -entre jipíos-, la que se ha comportado mal he sido… yo. Me he
escapado de la escuela y visto entonces… cosas horribles”.
Al decir estas últimas palabras la niña tiembla convulsivamente sacudida por una fuerte crisis nerviosa. La abuela, que no alcanza a comprender, preocupada la inquiere:
-“A ver, a ver. Cálmate mi amor y explícale a abuelita lo que ha ocurrido realmente”.
La niña se serena un poco y entre sollozos entrecortados, se dispone a hablar.
Amalia, niña sana y juiciosa como pocas, es también perspicaz de manera sobresaliente para la edad que tiene y que ha sido educada en los valores tradicionales de la familia y el hogar, y le ha tocado en suerte compartir la vivienda con su abuela Matilde desde que su padre se “marchara”, hacía ya mucho tiempo. Desde entonces se había visto la
conveniencia lógica para este cambio en el interés de todos, o sea, que la niña viviera con su abuela por varias razones de peso. Una de las tales razones era que el reputado Colegio estatal al que asistía Amalita, estaba situado en una de las principales avenidas de la ciudad, y quedaba a unas pocas manzanas o calles de la vivienda familiar, y esto evitaba, por supuesto, mayores costes de transporte y gasto de tiempo, y así se compensaba en algo la economía familiar. Y de esta manera, al tener el Colegio tan cerca, la niña podía desplazarse de ida y vuelta sin peligro alguno, prácticamente. La buena señora Matilde Beltrán Argüelles, abuela materna de la niña, no había tenido
inconveniente en aceptar el arreglo y acoger a su nieta y así facilitaba la tarea a su hija Eva, madre de Amalia. Ambas mujeres, madre e hija, subsistían con sendas pagas de viudedad y el trabajo esporádico como Auxiliar de Clínica que a veces Eva podía efectuar en algunas de las Residencias (Geriátricos) para mayores, en los alrededores de la Ciudad; trabajo duro por cierto. Eva necesitaba todo el tiempo libre para preparar
oposiciones al Magisterio, pues su finalidad y meta era conseguir un puesto fijo en la estructura laboral del Estado, la Administración, siempre que fuera posible, y velando por la seguridad futura de su pequeña hija. De ahí su consentimiento en permitir que la
niña fuera a vivir provisoriamente con la abuela y de paso le haría compañía en su
soledad. Eva se arreglaría a solas en su modesto pisito que poseía en otra parte de la ciudad, y que pagaba en hipoteca. Eva, de frágil complexión física, era la típica y tenaz luchadora por la vida, y desde que muriera el bueno de su esposo, se viera, por imposición propia, avocada a sacar la familia adelante. No había lugar alguno para el ocio y sí para el trabajo sacrificado. Sus únicas salidas extra o fuera de programa, eran para visitar a su hija y madre respectivamente, en el otro extremo ciudad. De ahí, que debido a estos espacios de tiempo de ausencia, a veces costara sintonizar ideas con la
hija. Eran uno de los tantos y típicos dramas de la sociedad moderna, donde las personas son arrastradas como pelotas de trapo por la vorágine de la vida y la adversidad.
Simples números y estadísticas.
Así eran y estaban las cosas el día que la niña regresó corriendo de la calle y entrara como una tromba en casa de su abuela, su segundo hogar.
-“Y dime, cariño; cuéntame, a ver, eso de que te has escapado de la Escuela… y visto cosas horribles. Háblame calmadamente, que abuelita Matilde sabrá escucharte”.
Con ciertos titubeos, la niña comienza a expresarse en una historia que escapa a la imaginación más fecunda. Amalia, poco propensa a la fantasía normal en todos los niños, expresa su horrible experiencia.
-“Mira abuela. Estaba yo en el patio o gran recinto murado que rodea el Colegio con un grupo de niñas de mi clase. Éramos unas ocho o diez alumnas y era la hora del recreo. Estábamos bajo unos árboles inmensos y cerca del muro de unos tres metros de alto, jugando a las adivinanzas, cuando de pronto, en un momento dado, escuchamos un gran tropel y tumulto de gentes proveniente de la calle, como si se tratara de una de esas manifestaciones que a veces vemos en la televisión. Mis compañeros se asustaron y salieron todas corriendo hacia las aulas dejándome sola a mí. Yo solo atiné a mirar por una de las rejas o puertas de emergencia que para esos fines se tienen y que casualmente estaba cerca del punto donde yo me encontraba. Al mirar entre los barrotes de hierro,
quedé impresionada.
-La niña calla por un momento, como para tomar aliento, y después continúa con su
relato.-
Entonces, abuelita, vi mucha gente que llenaba la Avenida de acera a acera y se perdían por cientos de metros adelante y atrás. Pero no era una de esas manifestaciones que estamos acostumbrados a ver, pues no portaban pancartas ni reivindicaban cosa alguna,
ni coreaban estribillos. Más bien, las personas iban muy serias y con una expresión de ausentes, y sus rostros con palidez mortal reflejaban más bien dolor y resignación. La muchedumbre se desplazaba en silencio, aunque a veces se escuchaban algunos gritos y alguno que otro alarido y lamento que helaban la sangre, salir de entre la multitud.
También se escuchaban a veces sollozos quedos y algún que otro y algún que otro
quejido de entre los viandantes. Aferrada a los barrotes de la reja contemplaba estática el desfile, cuando de pronto la reja cedió y la puerta se abrió. Inexplicablemente la puerta de hierro no estaba cerrada con llave como cabía esperar, y salí afuera… para ver mejor. Y entonces los vi. ¡Los vi, abuelita! ¡Los vi!”

martes, 6 de agosto de 2019

Broche de Oro

Nuevamente es noche y mi sueño se torna agitado e intranquilo, pues pienso de continuo en la “Aparición” de la víspera, aquella… de la noche anterior: “Las Meninas”, en la versión fantasmal.
Estoy solo y la idea de la Aparición me obsesiona hasta morder en el fondo de mis miedos y mi valor… que se entrecruzan y difuminan. ¿Cuál prevalecerá? Noche tensa y larga, que finalmente declina y se rinde y da paso al amanecer. Amanecer de un segundo día.

Amanece, y el Astro-Rey, radiante, despeja todo resquemor suscitado por las tinieblas. La luz brillante barre con los fantasmas de la mente, o los fantasmas de la noche.

Amanece y me lanzo al monte sin más, huyendo de la tenebrosidad que atenaza mi alma. Mi espíritu necesita sosiego y espacios libres y sin fin. Mi espíritu nació para ser libre. ¿Cómo aprisionar un espíritu que nació libre por la gracia de Dios y para esa Gracia? ¿Orfanato? El Orfanato no es para mí, lo mismo que no se puede retener el viento y contener la mar. ¿Encerrar mi espíritu? ¡Imposible! Apenas lo puede contener mi pecho.

Mi espíritu tiene sed de caminos.
Mi espíritu ansía horizontes.
Mi espíritu anhela la libertad.

Es Invierno, pero no importa. No me asustan ni me detendrán el frío, ni la lluvia, ni las nieves, ni el viento huracanado rugiente. Ni la noche ni el día. Ni alimañas humanas ni de las otras. No me asusta el camino.

De las inclemencias del tiempo me guareceré bajo los árboles, y si no hay árboles, me esconderé en las cuevas, y si no hay cuevas, las estrellas del cielo serán mi techo. Pondré las arenas del desierto y sus dunas suaves por cama, y los cielos azules por cobertor.

Cuando salga del Monte atravesaré el Llano y seguiré en dirección hacia el Norte. Voy a “MasHondo”, el Norte helado. Dicen que todos los acontecimientos importantes vienen del Norte y del Este, y MasHondo es un acontecimiento importante, y hacia MasHondo voy. El Norte y el Este. Allí veré a mi mama y conoceré a mi papa. Y le recordaré al Antoñico que me debe los dos trompos que le gané en buena ley, y que no me olvido. Las deudas son deudas en el “MásAllá” y en el “MásAcá”, y hay que pagarlas. “Apurando leguas compañero, que arrieros somos y al final del camino nos encontraremos”.

Después iré hacia el Este, al encuentro del Sol, el Astro-Rey, y le daré la bienvenida (con) cada amanecer. Porque se ha despertado en mí una sed de amaneceres. Y una sed de caminos. Y una sed de horizontes lejanos.

La Tierra es redonda (qué duda cabe), y siempre tendrá ante mí inacabables horizontes. Horizontes en los contornos de las montañas. En el paisaje cambiante y los colores alternándose. Y más y más. Siempre más. Siempre horizontes lejanos. El tiempo no cuenta, se detiene cuando uno avanza. Y mi pie y mi espíritu avanzan incansables, seguros y firmes, resueltos o irrefrenables hacia el objetivo. El objetivo de “la otra orilla”.

Cuatro son los pilares del hombre:
Poder. Amor. Justicia y Sabiduría.
Cuatro son los pilares de la Tierra.
Cuatro son las Estaciones del Tiempo.
Las Cuatro Estaciones que nos obsequia la Madre Naturaleza por mandato del buen DiosNana, son maravillosas. Son las cuatro estaciones de la vida.

La Primavera es… la explosión.
La Primavera es la explosión de la luz y el color.
La Primavera envuelve con gasas y algodón las historias de blanco y rosa.
La Primavera es de los amores de un día.
La Primavera es luz, color y… amor. El renuevo del brote.
Siempre es Primavera en un lugar del corazón.
El amor es vida y la vida es amor. Un susurro.
La balanza inclina su peso a lo positivo y sustancioso.
La Primavera es vida y esperanza.
“Volverán las oscuras golondrinas volverán”.
Transitaré la Primavera decidido y feliz.
-“Lalalalala”-

El Verano es la continuidad de la vida.
El Verano cría historias de color azul y rosa.
El Verano es del fruto maduro y dorado. De la espiga y la siega.
El Verano verde y feraz. Fruto pleno.
El Verano de los días largos y bulliciosos.
El Verano de la sierra y el mar.
El Verano del alimento asegurado.
El Verano de la alegría que endulza la vida.
“Y la vida dará su vino y la higuera dará su fruto.”
Transitaré el Verano radiante y feliz.
-“Lalalalala”-

El Otoño es sosiego y cambio.
El Otoño de las historias doradas, ocres y grises.
El Otoño de la melancolía que inspira al poeta.
El Otoño de las hojas caídas que se mueren,
El Otoño de la vuelta a la normalidad.
El Otoño de la elegancia.
El Otoño de las luces y las sombras.
El Otoño que anuncia la hibernación.
“Las hojas muertas” -se van en Otoño-
Transitaré el Otoño pleno y feliz.
-“Lalalalala”-

El Invierno mudo… duro y largo.
El Invierno de las historias grises y oscuras.
El Invierno congelado y solitario.
El Invierno de las tristezas y los miedos.
El Invierno de las bellezas heladas.
El Invierno del recogimiento y la leña y el fuego (apetecible fuego que arde en la chimenea).
El Invierno de las buenas comidas que aumentan las calorías.
El Invierno de la lluvia mansa y serena que riega la tierra.
El Invierno en el milagro del copo de nieve.
El Invierno en el frío por todo.
El Invierno encantado, omnipresente en todo.
El Invierno omnipresente de la economía.
“Un grito en la noche”
Lo transitaré el Invierno ufano y feliz, después de todo.
-“Lalalalala”-

Las Cuatro Estaciones de la vida son bellas en su encajadura de plata en el tiempo, y rodaré hacia ellas así como ellas rodarán sucesivamente hacia mí a medida que circunvale la Tierra. Y rodaré y rodaré. Y yo las absorberé siempre en su savia en ciclo eterno. Van y vienen. Vienen y van. Un devenir continuo… como el YIN y el YANG.

Devoro distancias y pienso en “La Visita”. ¿”La Visita”? La “Aparición”, o la “Cosa” esa que se parece a “Las Meninas” de Velázquez. Pues… no lo sé. No sé nada de “Ella”. No he vuelto, felizmente, a saber de “Ella”. Pero si algún día la tengo a mano la desenmascararé. Tiraré de su vestido blanco. ¿Cómo estará la Muerte desnuda? -Jajaja- Desnuda o vestida, nunca permitiré que bese mi frente, porque no quiero perecer. Le ganaré el pulso. Mi DiosNana me ayudará.
Nunca he podido entender bien este episodio de mi vida. Pero tengo la certeza que un orden o mecanismo secreto rige las cosas y pone las cosas en su lugar.

Así que, mientras contemplo y me deleito en el paisaje circundante y cambiante, opto por reírme y mantener un corazón calmado. Como dice un Proverbio bíblico milenario:
“Un corazón calmado es la vida del organismo de carne…” (Proverbios 14:30, parte a)

Y reiré y reiré… Porque el mundo es y será siempre de los optimistas. Es… Un “Broche de Oro”. Pero… ¡un momento! Mi madre es Adelina Águeda Quiñones. Y yo, por parte de madre, soy Manolito Quiñones, que rompe los corazones. Y siempre… listo o tonto, llevo bien puestos los pantalones. Esas son buenas razones.

Nos veremos… Y rodaremos todo el año. Cuatro estaciones. Cuatro momentos…, todos los años. Adiós. Adiós. Adiós.

Antonia

Es Antonia (Ella). Ya se han ido por fin las viejas arpías, una tras otra, con sus cumplidos y cumplimientos y letanías y demás. Ahora iré a ver a Antonia. Antonia vive tres casas más debajo de la mía, en la misma acera. Ella viene de otro pueblo de la costa a pasar una temporada con sus tíos que son ricos y ayuda con las tareas de la casa. Antonia es huérfana y no tiene mama ni papa. Pobre. Viste de riguroso luto que resalta sus hermosas carnes blancas. Es morena de pelo, largo, y de grandes ojos negros. Antonia sí es una mujer. Toda ella rezuma encanto. Es mayor que yo y anda por los veinte años, y es alegre como ella sola. Verla y oírla reír es toda una gozada. Siempre reímos y me hace bromas y me hace la vida feliz. A ella le gusta estar conmigo y me busca, y a mí me gusta estar con ella y la busco. Antonia es muy buena y sensible, y es muy humana. Ella entiende mis necesidades como nadie, y yo trato de entender las de ella, pero yo no entiendo a las mujeres, y me han dicho que esa es una asignatura imposible y que no lo intente ni me moleste en hacerlo, porque voy muerto. A propósito, había escuchado yo un chiste sobre las mujeres que me dejó perplejo. El cuento decía así:

“Un hombre iba por el desierto y se encontró una lámpara de cobre en la arena; entonces la levantó y la frotó para limpiarla, y al momento salió un “genio” que se presenta y le hace un singular ofrecimiento:
-Soy tu esclavo, Amo. Pídeme y te concederé un solo y único deseo. Pídeme lo que tú quieras, Amo.
El hombre, sorprendido, se rasca la cabeza y le dice al genio:
-Mira, me gustaría conocer Nueva York, pero me dan miedo el avión y el barco, porque el avión se puede caer y el barco se puede hundir. ¿Podrías construirme un puente para ir en coche?
-Hombre, eso es un trabajo muy grande y muchos kilómetros, hasta para un genio. Pídeme otra cosa y te la concederé.
El hombre se queda pensando, y al cabo dice:
-Pues… quisiera entender a las mujeres, genio.
-¿De cuántos carriles dijiste que querías la Autopista?”

Vaya. Vaya, con la “cosa”… y el genio (y las mujeres). Pero yo no me hago mucho problema con entender a las mujeres. Ellas me entienden a mí. Yo simplemente me dejo llevar. Yo creo que ellas son el complemento ideal del hombre. Ellas y nosotros formamos un todo juntos, una cosa completa. Ellas son la “pieza” que nos falta a los hombres, ¿cuál pieza? Bueno, ahí está la cuestión. Pero yo creo que ellas son como nuestros “ojos” espirituales figurados. Ellas son más emotivas y sensibles que nosotros, y necesitan que se cubran sus necesidades emocionales perentoriamente. Detalles.
Detalles parecen ser. Simplemente detalles; pero en eso se ‘estrella’ de plano y estrepitosamente el hombre… siempre. Pues un afectuoso y sentido “te quiero” obra milagros, y las emociona y gana hasta el paroxismo. Pequeños regalos y presentes las vuelca por entero hacia el varón. Entonces, obsérvelo atentamente, y vea cómo su mirada se carga de amor completo, y la entrega incondicional es inminente y un hecho.

Ellas son la parte delicada que hace al varón un “Gentilhombre”; y como parte delicada hay que tratarlas con exquisitez. Ellas son como un vaso más débil en su composición más compleja, lo femenino. Si el hombre en su vulgaridad e ignorancia, no “entiende” este “idioma” -estos puntos-, el encaje es sumamente problemático. Ahí reside la clave. Ahí está el detalle. Ellas son puro sentimiento y sueños, y el hombre hábil y perspicaz debe saber usar la “llave” del conocimiento para abrir tan delicada deliciosa “Caja”, sus genuinos corazones. No hay mejor modo ni perfecto ensamblamiento que cuando las piezas se combinan a la perfección.

Pero la mujer es mucho más que todo eso. Son “Capitanas” de la vida, como lo demuestran día adía. Y “tigresas” cuando de defender a sus cachorros se trata.

Cualquiera diría que soy un experto en mujeres y en las lides del amor. Yo no entiendo nada de eso. Pero Antonia es mi maestra. Antonia me lleva. Antonia es todo un carácter y me enseña a amar. Antonia me dijo una vez muy seria: “El hombre que me posea ha de amarme con todo su organismo”. Palabras enigmáticas y sentenciadoras que no logro comprender y que conservo conmigo hasta el día de hoy. Antonia me atrae irresistiblemente. Iré a verla al portal de su casa, y allí nos solazaremos en amores y dimes y diretes. Ella corre y ríe, pero yola alcanzo y le tiro pellizcos en sus seños duros y redondos. Y ella dice que no, pero es que sí, porque vuelve al alcance de mis pellizcos. Y así vamos y venimos, en el eterno juego del amor. ¿Es eso la ‘danza’ del amor?

Y yo siento una fuerte atracción hacia la hembra, nuestro maravilloso complemento. Y siento unas sensaciones muy raras y muy dulces. Ah, que pierdo la cabeza. Ah, que me lleva como toro por la nariguera al matadero. ¡El hombre se vuelve chalado cuando su dama le da ‘capotazo’ pleno! Los muslos de Antonia bajo su vestido y que a veces asoman tímidamente, son arqueados hacia arriba como los lomos de los gatos cuando se erizan. Los muslos de Antonia son sensibles y preludio de amor. ¡Bendita la obra del Señor! ¡Bendito ser humano, la hembra, a nuestro alcance!
Y siempre hay un misterio que no acabo de comprender y que no acabo de descifrar: La mujer es la “Puerta” a la vida. ¿Cómo entrar? ¿”La llave”? Y ahora otro misterio: “De la mujer venimos, y a la mujer vamos”. Este sí que es un enigma. Enigma a resolver.

Mi buen DiosNana le ha hecho un buen regalo a los hombres. El mejor: La hembra humana. La mujer. ¿Alguien lo duda? Ella es nuestra… Madre. Hermana. Hija. Esposa. Amiga. Compañera. ¿Algo más? Ah, y amante… c.qu. El hombre sin mujer está solo, como las estrellas del firmamento. Y como ocurre con todo buen regalo, hay que abrirlo con delicadeza extrema y emoción… porque se trata del mejor cristal: “Lladró”.

Esta es Antonia, mi AntoniaNana. Ella me amará por los siglos de los siglos y me defenderá en ausencia de mi mama. AntoniaNana me cuida. AntoniaNana me ama. Ella dice que soy su hijo, y yo digo que ella es mi madre.

Ya no tengo miedo si viene la “cosas” esa, la ‘Aparición’, o la Muerte. Antonia es joven y fuerte y me defenderá. Y yo soy joven y fuerte y la defenderé.

Antonia dice que cuando yo sea más grande se casará conmigo. Yo quiero hacerme hombre pronto para casarme con Antonia. Yo le llevaré una flor diferente a Antonia por cada día mientras viva. Ese es un detalle que a ella le gustará. Eso es y se llama amor. AMOR con mayúscula. Esa es una ‘Llave’ que abre. ¡¡¡Atención hombres!!! AntoniaNana es mía. Y yo soy de AntoniaNana. Es Antonia.

Yo soy…

Permítanme presentarme: Yo soy y me llamo Manolito Guillén Palomo, y tengo catorce años. Los niños de la calle me llaman y corean a gritos para reírse de mí:

“Manolito Palomo.
Manolito Palomo.
Yo me lo guiso y yo me lo como.”

“Palomo, palomino: El tonto del vecino.”

Y se ríen que se tronchan. Son crueles los niños, pero a mí no me importa. Ellos creen que yo soy tonto, pero los tontos son ellos que creen que yo soy tonto. En la escuela los aventajo a todos. El maestro nunca me echa, y a ellos sí. Yo soy tan inteligente que sé sumar, restar, multiplicar y dividir, y yo puedo sacar la cuadratura del Círculo y resolver todos los teoremas del siglo. ¡Toma! Ah, que viviera el Señor Einstein. Departiríamos mano a mano sobre las más variadas teorías, cualquiera habida o por inventar. ¿El tiempo-espacio? ¿La estructura del Universo? Todo ello no representa ningún problema para un servidor, que soy yo. La eternidad, ¿punto cero? Punto fijo… mejor. El futuro, el presente y el pasado, siempre convergen en un solo punto. Siempre es ese punto. Se vive un continuo y perpetuo presente. El futuro existe solo en la percepción. El pasado es memoria, que ya no es. Fue. Solo cuenta el presente. Siempre es presente. ¿Saben eso los niños? ¡Qué van a saber esos asilvestrados! ¿Ven como yo sé más? No me aburriré solo, esté donde esté, pues tengo mucho que hacer. Emularé a mi amigo Einstein, porque Einstein es amigo mío, ¿saben? Einstein es amigo mío y de Dos, y yo también soy amigo de Dios. Mi “DIOSNANA”. Mi Dios bueno.

Una vez le preguntaron al Señor Einstein si creía en Dios, y él les contestó:
“Los supersticiosos creen en Dios”.
“Pero Usted creen en Dios” -afirmó el periodista-.
“Porque yo supersticioso” -concluyó Einstein-.

Es una buena anécdota, ¿verdad? Einstein era un firme creyente en Dios, porque Einstein era un paciente y agudo observador y también razonable. Y llegaba a conclusiones lógicas y acertadas.
Los niños de la Escuela me tienen envidia porque sé más que ellos. Yo me he leído todos los “Clásicos” de ‘pe’ a ‘pa’, y los puedo recitar. A veces los niños me esperan en la calle para pegarme, pero yo puedo con todos ellos. Cuando empiezo a repartir tortas no queda títere con cabeza, y si alguno es más grande que yo y me veo apurado, entonces busco una piedra y se la hinco en la cabeza y luego echo a correr a toda vela. Después tengo que estar encerrado en casa unos días sin poder salir a la calle, hasta que se le pasa el furor al descalabrado. Unos cuantos llevan mi marca, y a otros no se les pasa tan fácil la rabia y buscan la revancha y el desquite a toda costa. Mi mama me dice que los evite y que cuando los vea salga corriendo; y yo le hago caso a mi mama. Las madres de los apaleados vienen en tropel a quejarse en mi casa, pero mi mama les enfrenta sin contemplaciones y las saca corriendo con cajas destempladas.

Y yo soy Manolito Guillén Palomo, y
“Yo me lo guiso, y yo me lo como”, y
tengo catorce años.
Y yo soy “Palomo Palomino, el listo del vecino”.
Y Ella es mi MamaNana que me cuida.
Abstenerse (los) desaforados.

“Yo soy” (etc. etc. etc.)

domingo, 28 de julio de 2019

Hermanas, primas y vecinas

Mis hermanas son mayores que yo y ya no viven en mi casa, y aunque yo sé que me quieren, no me llevarán a su casa, pues sus maridos pasan de mí y no quieren que yo vaya a sus casas. Ellos me desprecian y no sé por qué, y yo los odio porque se han llevado a mis hermanas. Ahora, en ocasión de la muerte de madre, todos son buenos conmigo. Hasta mis cuñados son más cariñosos y benevolentes y consienten que los abrace y me miman y me miran con lástima. Uno de ellos hasta me ha prometido que me dejará montar en su caballo. Yo creo que en el fondo no son malos, pero de ahí a vivir en sus casas con ellos, eso es harina de otro costal. Además, yo no quiero vivir a sus casas; a mí me gusta mi barrio y mi ciudad, y mi libertad, y aquí me quedaré. Además, en mi casa esperaré a la Muerte esa para ajustar cuentas con ella. Le tenderé una trampa y la cazaré como cazo a los pajarillos en el llano, pasando el monte. “Esa” no me conoce de lo que soy capaz. Yo no le tengo miedo a la individua esa a pesar del susto de anoche, y la venceré por haberse llevado a mi MamaNana; y la mostraré en todo el barrio como trofeo. Y hasta quizá la pueda vencer.

A veces, tendido en la cama y con la ventana de par en par, puedo ver el cielo nocturno en el rectángulo que forma el marco de la misma, y me pregunto, ¿será muy hondo el agujero? ¿Hasta dónde llegará? ¿Será esa la “Casa” de la Muerte? Gran misterio la Muerte y su casa. ¿Dónde guardará todos sus muertos la Muerte? ¿Tendrá problemas de terreno la Muerte? ¿Tendrá chanchullos urbanos? Son enigmas a resolver. Ya lo creo. ¿Usted no?

Mis primas han venido a verme también y me han dado muchos besos y están muy cariñosas, y eso me gusta mucho. Han llorado conmigo y he sentido sus pechos jóvenes y redondos palpitando sobre mi cara. Son sensaciones nuevas que me gustan. Me gustan mis primas, y un día de estos, en mejor ocasión les tiraré pellizcos donde a ellas les gusta. Cuando vaya a sus casas jugaremos a las escondidas. A ellas les gusta divertirse conmigo. Les gusta empujarme en el pajar y revolcarse como locas. Luego salen corriendo para que yo las busque. Ellas dicen que soy guapo y fuerte. Qué bonito que los primos se amen y jueguen. ¿Por qué será que los primos y las primas siempre se aman? Ahora ya se han ido, pues viven en otro pueblo. Antes de irse escuché que algunas decían: “podríamos llevarlo con nosotros”, pero otras decían: “No, porque es un problema. Mejor dejarlo aquí. Ya vendremos a cuidarlo”. ¿Yo soy un problema? Pues bueno, si ellas lo dicen, seré un problema. Pero no lo comprendo; yo los quiero a todos.

Y cómo no. Ahora vienen las vecinas y desfilan ante mí como en procesión. Son amigas de mi Mama. Son de Rentería Alta, nuestro barrio vecino. Y otras vienen de los aledaños, y hasta otras de más allá del Llano. ¡Cómo corren estas noticias! Son muchas las mujeres que han venido en tropel, pero parece que se hubieran puesto de acuerdo para venir todas las feas. Casi todas son viudas o separadas, y algunas solteronas y flacas como arenques prensados. Está la María Lucero, que es alta y flaca y de luto, y que en vez del lucero de la mañana parece el lucero de la tarde/noche. Y también la Eulogia, por las mismas trazas que la María. Y la Juana que le dicen “La loca”. Y la Remigia la “Perdiguera”. Y la Juana Peralta y la Petra. Y la Lucinda de la calle los carros. Y un montón de viejas más que solo conozco de visto. Y también está la Jesusa de la fuente. Y están la Marisa y la Clarisa, ambas hermanas solteronas, espigadas y altas, más espabiladas que las otras, pero también del mismo corte. Todas son del mismo molde y tijera.

Dicen que han venido a consolarme, pero me miran codiciosamente como si yo fuera un pastel; parecen insatisfechas de la vida y de otras cosas. Quizás les falte hombre (digo yo, si me permiten). Han asumido con resignación y entereza su papel en esta etapa de sus vidas como consejeras, sibilas y civilas. Han acudido todas como en un ritual y como una obligación legal a prestar sus inapreciables servicios… sean solicitados o no.

Ellas prescinden de esas minucias y están ahí, firmes como estaca clavada al suelo. Esta es la costumbre, o “ley”, en estos parajes y no hay manera de librarse de ello, ni de ellas.
Ahora comienzan a rezar el rosario en una retahíla ininteligible, y después cantan. ¡Maldición! Y entre letanía y canto y rezo a veces deslizan alguna parodia, y oigo que dicen: “Pobrecito niño. Qué solo se ha quedado. Las malvadas de las hermanas y las primas no han querido hacerse cargo de él”. “Es de no creer -tercia otra-, cómo está el mundo, adónde vamos a llegar”. “Ahora vendrán los del Consistorio, a ver qué pasa con su familia, y después actuarán”. “Este niño no tiene futuro. Irá a parar al Orfanato”. “Claro, es lo mejor -agrega otra-, aunque con lo complicado que es el muchacho difícil lo van a tener, quien sabe. Tendrá muchos problemas. Qué vamos a hacer”.

Las viejas han traído anís y rosquillas, que engullen animadamente, entre cantos, rezos y lloros, y alguna que otra historia de no sé quiénes ni me interesa, pero que siempre salen a relucir en estas ocasiones. Cierro los ojos y me hago el dormido a ver si se ven, pero las viejas se soliviantan y siguen en sus trece y en sus catorce, e inamovibles… y erre que erre. Están todas sentadas frente a mí en el estrecho recibidor y permanezco callado y no les llevo el apunte. Pero ni por esas. No se dan por aludidas. No todos los días se tiene la ocasión de florear la dialéctica y plan de cumplidos -el “cumplimiento, lo llaman-. Vistas así, parecen las novias de la muerte. Las odio y no las escucho. Vuelvo a cerrar los ojos y me las imagino de noche por las calles solitarias y oscuras del pueblo en fila india, portando una vela cada una. ¡Horror! ¡Dios nos libre! Las viejas parecen adivinar mis pensamientos y sus ojillos inquietos echan lumbre y susurran entre ellas: “¡Qué faltón es este niño! Dios lo castigará”. Llevan toda la tarde ancladas en mi casa y ya es bien entrada la noche y no hay visos de que se vayan. Yo me consuelo pensando en mi vecina Antonia que más luego vendrá. Esa sí que es una mujer y lo demás calderilla, pero ella vendrá más tarde cuando se hayan ido todas estas muermos y loros parlanchines que nadie ha llamado, pero que se creen en el pleno derecho de darme la lata, aunque ellas crean otra cosa.

Ya me estoy desesperando. Ahora parece que ya una amaga para irse, y atrás seguirán las demás. ¡Por fin! ¡Qué alivio! ¡Ya era hora! Ellas han sido mis hermanas, primas y vecinas.

viernes, 12 de julio de 2019

Reflexiones (a vida o muerte)

A mí me gusta la vida porque la vida es alegre. La vida es bella, como los colores del arco iris. La vida es azul como el cielo mismo. Es rosa como los sueños que se sueñan. Es verde como la alfombra de la Tierra. Es blanca como la ilusión. Es amarilla y dorada como el oro. Es roja como la pasión. Es buena. La vida es un abanico de colores… que se llama amor. Y yo quiero vivir la vida, y no quiero ‘recetas’ caseras, foráneas y de viejas. Y no quiero ‘Visitas’ indeseables y a deshoras que se llevan a las MamasNanas buenas.

La vida es como el Verano, blanca y luminosa. Los días son largos larguísimos, y la gente está feliz y van de un lado para otro. En verano jugamos más los niños y los mozos, y hay muchas frutas. Y mozas. Me gustan mucho las dulces y jugosas sandías y melones, y los melocotones y las ciruelas y los albaricoques maduros; ah, y las peritas en su punto. En verano se comen muchas cosas buenas, y helados. Por eso y más cosas, a mí me gusta la vida, pero… ¿qué sé yo de la vida? Sólo vivir y comer; comer y vivir. Si eso es vivir… yo vivo mejor que nadie. Yo respiro la vida.
Y os lo digo otra vez y lo vuelvo a decir, que no me gusta la muerte, aunque algunos dicen que hay belleza en la muerte y hay arte. Pero a mí no me gustan esa belleza ni ese arte. ¡Los vomito! ¡Los abomino!

La muerte es negra, como el Invierno. En el invierno hace frío y no hay pajarillos. El Invierno está triste sin pajarillos. Los días son cortos y todos los niños están en sus casas. No hay nadie por la calle. El Invierno es negro y feo, y la muerte siempre aparece vinculada y asociada con el color negro, y entonces la muerte es amante del invierno. He visto muchas veces la Muerte representada en dibujos y aparece como una “Señora” alta y delgada, y hasta elegante. Algo encorvada y con un sayón largo y negro y una gran horquilla en la mano derecha. En la túnica que la viste y la casulla que le cubre la cabeza no se ve cara algunas, y sin embargo parece querer reírse, aunque se toma muy en serio su función y quehacer diarios, pues el “negocio” va viento en popa. Esta “Mujer” resulta horrible, acorde con su representación, o lo que representa. Pero… ¡un momento! La ‘Aparición’ que se presentó esta noche en mi cuarto iba vestida de color blanco, ¿cómo podía ser eso? ¿Era o no era la Muerte? Porque los colores blanco y negro no casan. Pero… ¡un momento! ¿No será que acaso se casa la Muerte con los muertos? ¿Y no será un rapto de sensibilidad de parte de la Muerte? Estaría bien que la Muerte celebrara sus desposorios con los muertos adornándose de blanco inmaculado en esta ocasión tan feliz y significativa. Lista y responsable y exquisita la Muerte. Sí señor. Pero a mí no me gusta la Muerte ni de blanco ni de negro. ¡No Señor! Y como la pille se va a enterar. Palabra que la mato. Quizá me den el premio Nobel, a la nobleza. Estas son buenas “Reflexiones”.

miércoles, 3 de julio de 2019

MAMANANA (Continuación)

Pero, ¿por qué a nosotros, a mi mama y a mí? El misterio se acrecentaba minuto a minuto. Algo no encajaba, y esa “Cosa” seguía ahí… al acecho. Yo intuía un peligro más sordo y terrible aún, algo más allá de lo normal, digamos… sobrenatural. Por un momento creía ver algo fugazmente. Yo estaba detrás de mi mama, pero asomaba la cabeza para ver, siempre en dirección a la puerta de donde provenían los golpes. Entonces, algo así como una cara, negra y sin rasgos, un contorno, se asomó varias veces. Se asomaba y desaparecía. Y entonces, en esas horas de la noche, donde las cosas y los ruidos más leves se intensifican y se magnifican hasta golpear en el cerebro, quedamos paralizados mi mama y yo. El terror más abyecto nos invadía y un temor mórbido nos cubría y recorría de arriba abajo. Y entonces, y sin saber cómo, por delante nuestro… pasaba lentamente y como flotando, una cosa vestida de blanco. ¿Una ‘Aparición’? El espectro o figura, o lo que fuera, llevaba un vestido como si fuera de novia, blanco y vaporoso, amplísimo, como el que usaban las damas allá por los siglos XVIII y XIX, pero algo burdo, acampanado como un cono, y… sin cabeza. Atrás parecía que iba otra más chica ¿Las “Meninas”? Si las figuras tenían cabeza, estas iban cubiertas por el vestido. ¿Quiénes eran estas “cosas”? ¿Qué eran, o qué querían?

Momento de indecisión. El tiempo se dilata. El tiempo juega en contra. El tiempo se detiene y es otra dimensión. Los dientes castañetean hasta hacerse daño. Y entonces surge la fiera que duerme dentro de nosotros, y la impetuosidad se apodera de mí, y superado el terror inicial que atenazaba mis miembros… salto hacia adelante. ¡A vida, o muerte! El caso, es que yo me veía siempre detrás de mi mama, agarrado a su vestido y temblando. Pero entonces, inexplicablemente, yo me veo saliendo por encima de mi mama y saltando sobre esa “Cosa”. ¿Una situación de bilocación mental? Por momentos me parecía una bilocación física, pues empecé a golpear con furia homicida a esa “Cosa” que se me antojaba horrible, y que surgida de las tinieblas había invadido nuestra intimidad y hogar. ¿Con qué derecho y con qué oscuras intenciones?

Dicen todos los que me conocen que lo que me falta de cerebro me sobra en fuerzas, y puede que tengan razón. Yo me subí encima de ese bulto blanco y golpeaba con mucha fuerza y rabia a esa “Cosa” para tratar de reducirla a la nada. Mis golpes tenían la potencia como para derribar elefantes, pero no parecían afectar a “La Visita” (al visitante nocturno). Vez tras ves cargué y clavé mis puños con velocidad y potencia asesina donde debería estar a la cabeza de aquello bajo la tela blanca, pero mis golpes solo encontraban el vacío. Mis puños, entonces, se hundían buscando el cuerpo, pero todo resultaba en vano. Pero no me rendía, mi furia seguía incontenible. Y entonces y por momentos me parecía encontrar algo sólido, y hacia allí dirigía mis golpes con saña y redoblado furor, con el afán de pulverizar “aquello” y acabara así nuestra angustia y pesadilla. Y como no lograra alcanzar mi objetivo, un cuchillo de buenas dimensiones pareció en mis manos y se hundió una y otra vez en “aquello” para matarlo. Luego desapareció todo, sin un ruido ni un solo gemido, como si todo hubiera sido irreal. Mi mama también había desaparecido… sin decirme nada. Y no la volví a ver más. Mi MamaNana. ¿Por qué?

Las vecinas me han dicho que mi Mama ha muerto. Y una más vieja, de luto y con pinta de bruja, me ha dicho, casi al oído, que mi MamaNana se ha ido a vivir a un lugar mejor que se llama “MasHondo”, y me ha explicado que MasHondo es la ‘Ciudad Suspendida en el Tiempo’, a donde iremos todos, y también me ha dicho que yo iré a verla, y eso me ha gustado y me ha tranquilizado, porque yo quiero mucho a mi MamaNana, porque ella me cuida, y yo no puedo estar sin ella.
Todo esto me ha dejado impresionado, y yo no sé qué es la muerte, pero no me gusta la muerte, porque cuando alguien se muere todo el mundo llora y no lo volvemos a ver más. Cuando murió el Antoñico, va para dos años ya, me debía dos trompos que le había ganado, y esos no los veo más. Y no hay derecho. Dicen que la muerte condona las deudas, pero yo quería mis trompos, y no los olvido. La muerte es mala, porque todo el mundo se pone triste y llora con mucho sentimiento, y dice: “Pobre fulanico. ¡Ay! Con lo bueno que era”. Todo el que se muere parece por ‘decreto’ que tiene que ser bueno. Eso es un gran enigma a resolver. ¿No lo creen? Y esta ha sido “La Visita”… en mi casa.

Continuará...