Mis hermanas son mayores que yo y ya no viven en mi casa, y aunque yo sé que me quieren, no me llevarán a su casa, pues sus maridos pasan de mí y no quieren que yo vaya a sus casas. Ellos me desprecian y no sé por qué, y yo los odio porque se han llevado a mis hermanas. Ahora, en ocasión de la muerte de madre, todos son buenos conmigo. Hasta mis cuñados son más cariñosos y benevolentes y consienten que los abrace y me miman y me miran con lástima. Uno de ellos hasta me ha prometido que me dejará montar en su caballo. Yo creo que en el fondo no son malos, pero de ahí a vivir en sus casas con ellos, eso es harina de otro costal. Además, yo no quiero vivir a sus casas; a mí me gusta mi barrio y mi ciudad, y mi libertad, y aquí me quedaré. Además, en mi casa esperaré a la Muerte esa para ajustar cuentas con ella. Le tenderé una trampa y la cazaré como cazo a los pajarillos en el llano, pasando el monte. “Esa” no me conoce de lo que soy capaz. Yo no le tengo miedo a la individua esa a pesar del susto de anoche, y la venceré por haberse llevado a mi MamaNana; y la mostraré en todo el barrio como trofeo. Y hasta quizá la pueda vencer.
A veces, tendido en la cama y con la ventana de par en par, puedo ver el cielo nocturno en el rectángulo que forma el marco de la misma, y me pregunto, ¿será muy hondo el agujero? ¿Hasta dónde llegará? ¿Será esa la “Casa” de la Muerte? Gran misterio la Muerte y su casa. ¿Dónde guardará todos sus muertos la Muerte? ¿Tendrá problemas de terreno la Muerte? ¿Tendrá chanchullos urbanos? Son enigmas a resolver. Ya lo creo. ¿Usted no?
Mis primas han venido a verme también y me han dado muchos besos y están muy cariñosas, y eso me gusta mucho. Han llorado conmigo y he sentido sus pechos jóvenes y redondos palpitando sobre mi cara. Son sensaciones nuevas que me gustan. Me gustan mis primas, y un día de estos, en mejor ocasión les tiraré pellizcos donde a ellas les gusta. Cuando vaya a sus casas jugaremos a las escondidas. A ellas les gusta divertirse conmigo. Les gusta empujarme en el pajar y revolcarse como locas. Luego salen corriendo para que yo las busque. Ellas dicen que soy guapo y fuerte. Qué bonito que los primos se amen y jueguen. ¿Por qué será que los primos y las primas siempre se aman? Ahora ya se han ido, pues viven en otro pueblo. Antes de irse escuché que algunas decían: “podríamos llevarlo con nosotros”, pero otras decían: “No, porque es un problema. Mejor dejarlo aquí. Ya vendremos a cuidarlo”. ¿Yo soy un problema? Pues bueno, si ellas lo dicen, seré un problema. Pero no lo comprendo; yo los quiero a todos.
Y cómo no. Ahora vienen las vecinas y desfilan ante mí como en procesión. Son amigas de mi Mama. Son de Rentería Alta, nuestro barrio vecino. Y otras vienen de los aledaños, y hasta otras de más allá del Llano. ¡Cómo corren estas noticias! Son muchas las mujeres que han venido en tropel, pero parece que se hubieran puesto de acuerdo para venir todas las feas. Casi todas son viudas o separadas, y algunas solteronas y flacas como arenques prensados. Está la María Lucero, que es alta y flaca y de luto, y que en vez del lucero de la mañana parece el lucero de la tarde/noche. Y también la Eulogia, por las mismas trazas que la María. Y la Juana que le dicen “La loca”. Y la Remigia la “Perdiguera”. Y la Juana Peralta y la Petra. Y la Lucinda de la calle los carros. Y un montón de viejas más que solo conozco de visto. Y también está la Jesusa de la fuente. Y están la Marisa y la Clarisa, ambas hermanas solteronas, espigadas y altas, más espabiladas que las otras, pero también del mismo corte. Todas son del mismo molde y tijera.
Dicen que han venido a consolarme, pero me miran codiciosamente como si yo fuera un pastel; parecen insatisfechas de la vida y de otras cosas. Quizás les falte hombre (digo yo, si me permiten). Han asumido con resignación y entereza su papel en esta etapa de sus vidas como consejeras, sibilas y civilas. Han acudido todas como en un ritual y como una obligación legal a prestar sus inapreciables servicios… sean solicitados o no.
Ellas prescinden de esas minucias y están ahí, firmes como estaca clavada al suelo. Esta es la costumbre, o “ley”, en estos parajes y no hay manera de librarse de ello, ni de ellas.
Ahora comienzan a rezar el rosario en una retahíla ininteligible, y después cantan. ¡Maldición! Y entre letanía y canto y rezo a veces deslizan alguna parodia, y oigo que dicen: “Pobrecito niño. Qué solo se ha quedado. Las malvadas de las hermanas y las primas no han querido hacerse cargo de él”. “Es de no creer -tercia otra-, cómo está el mundo, adónde vamos a llegar”. “Ahora vendrán los del Consistorio, a ver qué pasa con su familia, y después actuarán”. “Este niño no tiene futuro. Irá a parar al Orfanato”. “Claro, es lo mejor -agrega otra-, aunque con lo complicado que es el muchacho difícil lo van a tener, quien sabe. Tendrá muchos problemas. Qué vamos a hacer”.
Las viejas han traído anís y rosquillas, que engullen animadamente, entre cantos, rezos y lloros, y alguna que otra historia de no sé quiénes ni me interesa, pero que siempre salen a relucir en estas ocasiones. Cierro los ojos y me hago el dormido a ver si se ven, pero las viejas se soliviantan y siguen en sus trece y en sus catorce, e inamovibles… y erre que erre. Están todas sentadas frente a mí en el estrecho recibidor y permanezco callado y no les llevo el apunte. Pero ni por esas. No se dan por aludidas. No todos los días se tiene la ocasión de florear la dialéctica y plan de cumplidos -el “cumplimiento, lo llaman-. Vistas así, parecen las novias de la muerte. Las odio y no las escucho. Vuelvo a cerrar los ojos y me las imagino de noche por las calles solitarias y oscuras del pueblo en fila india, portando una vela cada una. ¡Horror! ¡Dios nos libre! Las viejas parecen adivinar mis pensamientos y sus ojillos inquietos echan lumbre y susurran entre ellas: “¡Qué faltón es este niño! Dios lo castigará”. Llevan toda la tarde ancladas en mi casa y ya es bien entrada la noche y no hay visos de que se vayan. Yo me consuelo pensando en mi vecina Antonia que más luego vendrá. Esa sí que es una mujer y lo demás calderilla, pero ella vendrá más tarde cuando se hayan ido todas estas muermos y loros parlanchines que nadie ha llamado, pero que se creen en el pleno derecho de darme la lata, aunque ellas crean otra cosa.
Ya me estoy desesperando. Ahora parece que ya una amaga para irse, y atrás seguirán las demás. ¡Por fin! ¡Qué alivio! ¡Ya era hora! Ellas han sido mis hermanas, primas y vecinas.
"Un libro es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora."(Proverbio hindú)
domingo, 28 de julio de 2019
viernes, 12 de julio de 2019
Reflexiones (a vida o muerte)
A mí me gusta la vida porque la vida es alegre. La vida es bella, como los colores del arco iris. La vida es azul como el cielo mismo. Es rosa como los sueños que se sueñan. Es verde como la alfombra de la Tierra. Es blanca como la ilusión. Es amarilla y dorada como el oro. Es roja como la pasión. Es buena. La vida es un abanico de colores… que se llama amor. Y yo quiero vivir la vida, y no quiero ‘recetas’ caseras, foráneas y de viejas. Y no quiero ‘Visitas’ indeseables y a deshoras que se llevan a las MamasNanas buenas.
La vida es como el Verano, blanca y luminosa. Los días son largos larguísimos, y la gente está feliz y van de un lado para otro. En verano jugamos más los niños y los mozos, y hay muchas frutas. Y mozas. Me gustan mucho las dulces y jugosas sandías y melones, y los melocotones y las ciruelas y los albaricoques maduros; ah, y las peritas en su punto. En verano se comen muchas cosas buenas, y helados. Por eso y más cosas, a mí me gusta la vida, pero… ¿qué sé yo de la vida? Sólo vivir y comer; comer y vivir. Si eso es vivir… yo vivo mejor que nadie. Yo respiro la vida.
Y os lo digo otra vez y lo vuelvo a decir, que no me gusta la muerte, aunque algunos dicen que hay belleza en la muerte y hay arte. Pero a mí no me gustan esa belleza ni ese arte. ¡Los vomito! ¡Los abomino!
La muerte es negra, como el Invierno. En el invierno hace frío y no hay pajarillos. El Invierno está triste sin pajarillos. Los días son cortos y todos los niños están en sus casas. No hay nadie por la calle. El Invierno es negro y feo, y la muerte siempre aparece vinculada y asociada con el color negro, y entonces la muerte es amante del invierno. He visto muchas veces la Muerte representada en dibujos y aparece como una “Señora” alta y delgada, y hasta elegante. Algo encorvada y con un sayón largo y negro y una gran horquilla en la mano derecha. En la túnica que la viste y la casulla que le cubre la cabeza no se ve cara algunas, y sin embargo parece querer reírse, aunque se toma muy en serio su función y quehacer diarios, pues el “negocio” va viento en popa. Esta “Mujer” resulta horrible, acorde con su representación, o lo que representa. Pero… ¡un momento! La ‘Aparición’ que se presentó esta noche en mi cuarto iba vestida de color blanco, ¿cómo podía ser eso? ¿Era o no era la Muerte? Porque los colores blanco y negro no casan. Pero… ¡un momento! ¿No será que acaso se casa la Muerte con los muertos? ¿Y no será un rapto de sensibilidad de parte de la Muerte? Estaría bien que la Muerte celebrara sus desposorios con los muertos adornándose de blanco inmaculado en esta ocasión tan feliz y significativa. Lista y responsable y exquisita la Muerte. Sí señor. Pero a mí no me gusta la Muerte ni de blanco ni de negro. ¡No Señor! Y como la pille se va a enterar. Palabra que la mato. Quizá me den el premio Nobel, a la nobleza. Estas son buenas “Reflexiones”.
La vida es como el Verano, blanca y luminosa. Los días son largos larguísimos, y la gente está feliz y van de un lado para otro. En verano jugamos más los niños y los mozos, y hay muchas frutas. Y mozas. Me gustan mucho las dulces y jugosas sandías y melones, y los melocotones y las ciruelas y los albaricoques maduros; ah, y las peritas en su punto. En verano se comen muchas cosas buenas, y helados. Por eso y más cosas, a mí me gusta la vida, pero… ¿qué sé yo de la vida? Sólo vivir y comer; comer y vivir. Si eso es vivir… yo vivo mejor que nadie. Yo respiro la vida.
Y os lo digo otra vez y lo vuelvo a decir, que no me gusta la muerte, aunque algunos dicen que hay belleza en la muerte y hay arte. Pero a mí no me gustan esa belleza ni ese arte. ¡Los vomito! ¡Los abomino!
La muerte es negra, como el Invierno. En el invierno hace frío y no hay pajarillos. El Invierno está triste sin pajarillos. Los días son cortos y todos los niños están en sus casas. No hay nadie por la calle. El Invierno es negro y feo, y la muerte siempre aparece vinculada y asociada con el color negro, y entonces la muerte es amante del invierno. He visto muchas veces la Muerte representada en dibujos y aparece como una “Señora” alta y delgada, y hasta elegante. Algo encorvada y con un sayón largo y negro y una gran horquilla en la mano derecha. En la túnica que la viste y la casulla que le cubre la cabeza no se ve cara algunas, y sin embargo parece querer reírse, aunque se toma muy en serio su función y quehacer diarios, pues el “negocio” va viento en popa. Esta “Mujer” resulta horrible, acorde con su representación, o lo que representa. Pero… ¡un momento! La ‘Aparición’ que se presentó esta noche en mi cuarto iba vestida de color blanco, ¿cómo podía ser eso? ¿Era o no era la Muerte? Porque los colores blanco y negro no casan. Pero… ¡un momento! ¿No será que acaso se casa la Muerte con los muertos? ¿Y no será un rapto de sensibilidad de parte de la Muerte? Estaría bien que la Muerte celebrara sus desposorios con los muertos adornándose de blanco inmaculado en esta ocasión tan feliz y significativa. Lista y responsable y exquisita la Muerte. Sí señor. Pero a mí no me gusta la Muerte ni de blanco ni de negro. ¡No Señor! Y como la pille se va a enterar. Palabra que la mato. Quizá me den el premio Nobel, a la nobleza. Estas son buenas “Reflexiones”.
miércoles, 3 de julio de 2019
MAMANANA (Continuación)
Pero, ¿por qué a nosotros, a mi mama y a mí? El misterio se acrecentaba minuto a minuto. Algo no encajaba, y esa “Cosa” seguía ahí… al acecho. Yo intuía un peligro más sordo y terrible aún, algo más allá de lo normal, digamos… sobrenatural. Por un momento creía ver algo fugazmente. Yo estaba detrás de mi mama, pero asomaba la cabeza para ver, siempre en dirección a la puerta de donde provenían los golpes. Entonces, algo así como una cara, negra y sin rasgos, un contorno, se asomó varias veces. Se asomaba y desaparecía. Y entonces, en esas horas de la noche, donde las cosas y los ruidos más leves se intensifican y se magnifican hasta golpear en el cerebro, quedamos paralizados mi mama y yo. El terror más abyecto nos invadía y un temor mórbido nos cubría y recorría de arriba abajo. Y entonces, y sin saber cómo, por delante nuestro… pasaba lentamente y como flotando, una cosa vestida de blanco. ¿Una ‘Aparición’? El espectro o figura, o lo que fuera, llevaba un vestido como si fuera de novia, blanco y vaporoso, amplísimo, como el que usaban las damas allá por los siglos XVIII y XIX, pero algo burdo, acampanado como un cono, y… sin cabeza. Atrás parecía que iba otra más chica ¿Las “Meninas”? Si las figuras tenían cabeza, estas iban cubiertas por el vestido. ¿Quiénes eran estas “cosas”? ¿Qué eran, o qué querían?
Momento de indecisión. El tiempo se dilata. El tiempo juega en contra. El tiempo se detiene y es otra dimensión. Los dientes castañetean hasta hacerse daño. Y entonces surge la fiera que duerme dentro de nosotros, y la impetuosidad se apodera de mí, y superado el terror inicial que atenazaba mis miembros… salto hacia adelante. ¡A vida, o muerte! El caso, es que yo me veía siempre detrás de mi mama, agarrado a su vestido y temblando. Pero entonces, inexplicablemente, yo me veo saliendo por encima de mi mama y saltando sobre esa “Cosa”. ¿Una situación de bilocación mental? Por momentos me parecía una bilocación física, pues empecé a golpear con furia homicida a esa “Cosa” que se me antojaba horrible, y que surgida de las tinieblas había invadido nuestra intimidad y hogar. ¿Con qué derecho y con qué oscuras intenciones?
Dicen todos los que me conocen que lo que me falta de cerebro me sobra en fuerzas, y puede que tengan razón. Yo me subí encima de ese bulto blanco y golpeaba con mucha fuerza y rabia a esa “Cosa” para tratar de reducirla a la nada. Mis golpes tenían la potencia como para derribar elefantes, pero no parecían afectar a “La Visita” (al visitante nocturno). Vez tras ves cargué y clavé mis puños con velocidad y potencia asesina donde debería estar a la cabeza de aquello bajo la tela blanca, pero mis golpes solo encontraban el vacío. Mis puños, entonces, se hundían buscando el cuerpo, pero todo resultaba en vano. Pero no me rendía, mi furia seguía incontenible. Y entonces y por momentos me parecía encontrar algo sólido, y hacia allí dirigía mis golpes con saña y redoblado furor, con el afán de pulverizar “aquello” y acabara así nuestra angustia y pesadilla. Y como no lograra alcanzar mi objetivo, un cuchillo de buenas dimensiones pareció en mis manos y se hundió una y otra vez en “aquello” para matarlo. Luego desapareció todo, sin un ruido ni un solo gemido, como si todo hubiera sido irreal. Mi mama también había desaparecido… sin decirme nada. Y no la volví a ver más. Mi MamaNana. ¿Por qué?
Las vecinas me han dicho que mi Mama ha muerto. Y una más vieja, de luto y con pinta de bruja, me ha dicho, casi al oído, que mi MamaNana se ha ido a vivir a un lugar mejor que se llama “MasHondo”, y me ha explicado que MasHondo es la ‘Ciudad Suspendida en el Tiempo’, a donde iremos todos, y también me ha dicho que yo iré a verla, y eso me ha gustado y me ha tranquilizado, porque yo quiero mucho a mi MamaNana, porque ella me cuida, y yo no puedo estar sin ella.
Todo esto me ha dejado impresionado, y yo no sé qué es la muerte, pero no me gusta la muerte, porque cuando alguien se muere todo el mundo llora y no lo volvemos a ver más. Cuando murió el Antoñico, va para dos años ya, me debía dos trompos que le había ganado, y esos no los veo más. Y no hay derecho. Dicen que la muerte condona las deudas, pero yo quería mis trompos, y no los olvido. La muerte es mala, porque todo el mundo se pone triste y llora con mucho sentimiento, y dice: “Pobre fulanico. ¡Ay! Con lo bueno que era”. Todo el que se muere parece por ‘decreto’ que tiene que ser bueno. Eso es un gran enigma a resolver. ¿No lo creen? Y esta ha sido “La Visita”… en mi casa.
Continuará...
Momento de indecisión. El tiempo se dilata. El tiempo juega en contra. El tiempo se detiene y es otra dimensión. Los dientes castañetean hasta hacerse daño. Y entonces surge la fiera que duerme dentro de nosotros, y la impetuosidad se apodera de mí, y superado el terror inicial que atenazaba mis miembros… salto hacia adelante. ¡A vida, o muerte! El caso, es que yo me veía siempre detrás de mi mama, agarrado a su vestido y temblando. Pero entonces, inexplicablemente, yo me veo saliendo por encima de mi mama y saltando sobre esa “Cosa”. ¿Una situación de bilocación mental? Por momentos me parecía una bilocación física, pues empecé a golpear con furia homicida a esa “Cosa” que se me antojaba horrible, y que surgida de las tinieblas había invadido nuestra intimidad y hogar. ¿Con qué derecho y con qué oscuras intenciones?
Dicen todos los que me conocen que lo que me falta de cerebro me sobra en fuerzas, y puede que tengan razón. Yo me subí encima de ese bulto blanco y golpeaba con mucha fuerza y rabia a esa “Cosa” para tratar de reducirla a la nada. Mis golpes tenían la potencia como para derribar elefantes, pero no parecían afectar a “La Visita” (al visitante nocturno). Vez tras ves cargué y clavé mis puños con velocidad y potencia asesina donde debería estar a la cabeza de aquello bajo la tela blanca, pero mis golpes solo encontraban el vacío. Mis puños, entonces, se hundían buscando el cuerpo, pero todo resultaba en vano. Pero no me rendía, mi furia seguía incontenible. Y entonces y por momentos me parecía encontrar algo sólido, y hacia allí dirigía mis golpes con saña y redoblado furor, con el afán de pulverizar “aquello” y acabara así nuestra angustia y pesadilla. Y como no lograra alcanzar mi objetivo, un cuchillo de buenas dimensiones pareció en mis manos y se hundió una y otra vez en “aquello” para matarlo. Luego desapareció todo, sin un ruido ni un solo gemido, como si todo hubiera sido irreal. Mi mama también había desaparecido… sin decirme nada. Y no la volví a ver más. Mi MamaNana. ¿Por qué?
Las vecinas me han dicho que mi Mama ha muerto. Y una más vieja, de luto y con pinta de bruja, me ha dicho, casi al oído, que mi MamaNana se ha ido a vivir a un lugar mejor que se llama “MasHondo”, y me ha explicado que MasHondo es la ‘Ciudad Suspendida en el Tiempo’, a donde iremos todos, y también me ha dicho que yo iré a verla, y eso me ha gustado y me ha tranquilizado, porque yo quiero mucho a mi MamaNana, porque ella me cuida, y yo no puedo estar sin ella.
Todo esto me ha dejado impresionado, y yo no sé qué es la muerte, pero no me gusta la muerte, porque cuando alguien se muere todo el mundo llora y no lo volvemos a ver más. Cuando murió el Antoñico, va para dos años ya, me debía dos trompos que le había ganado, y esos no los veo más. Y no hay derecho. Dicen que la muerte condona las deudas, pero yo quería mis trompos, y no los olvido. La muerte es mala, porque todo el mundo se pone triste y llora con mucho sentimiento, y dice: “Pobre fulanico. ¡Ay! Con lo bueno que era”. Todo el que se muere parece por ‘decreto’ que tiene que ser bueno. Eso es un gran enigma a resolver. ¿No lo creen? Y esta ha sido “La Visita”… en mi casa.
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