"Un libro es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora."
(Proverbio hindú)

domingo, 28 de julio de 2019

Hermanas, primas y vecinas

Mis hermanas son mayores que yo y ya no viven en mi casa, y aunque yo sé que me quieren, no me llevarán a su casa, pues sus maridos pasan de mí y no quieren que yo vaya a sus casas. Ellos me desprecian y no sé por qué, y yo los odio porque se han llevado a mis hermanas. Ahora, en ocasión de la muerte de madre, todos son buenos conmigo. Hasta mis cuñados son más cariñosos y benevolentes y consienten que los abrace y me miman y me miran con lástima. Uno de ellos hasta me ha prometido que me dejará montar en su caballo. Yo creo que en el fondo no son malos, pero de ahí a vivir en sus casas con ellos, eso es harina de otro costal. Además, yo no quiero vivir a sus casas; a mí me gusta mi barrio y mi ciudad, y mi libertad, y aquí me quedaré. Además, en mi casa esperaré a la Muerte esa para ajustar cuentas con ella. Le tenderé una trampa y la cazaré como cazo a los pajarillos en el llano, pasando el monte. “Esa” no me conoce de lo que soy capaz. Yo no le tengo miedo a la individua esa a pesar del susto de anoche, y la venceré por haberse llevado a mi MamaNana; y la mostraré en todo el barrio como trofeo. Y hasta quizá la pueda vencer.

A veces, tendido en la cama y con la ventana de par en par, puedo ver el cielo nocturno en el rectángulo que forma el marco de la misma, y me pregunto, ¿será muy hondo el agujero? ¿Hasta dónde llegará? ¿Será esa la “Casa” de la Muerte? Gran misterio la Muerte y su casa. ¿Dónde guardará todos sus muertos la Muerte? ¿Tendrá problemas de terreno la Muerte? ¿Tendrá chanchullos urbanos? Son enigmas a resolver. Ya lo creo. ¿Usted no?

Mis primas han venido a verme también y me han dado muchos besos y están muy cariñosas, y eso me gusta mucho. Han llorado conmigo y he sentido sus pechos jóvenes y redondos palpitando sobre mi cara. Son sensaciones nuevas que me gustan. Me gustan mis primas, y un día de estos, en mejor ocasión les tiraré pellizcos donde a ellas les gusta. Cuando vaya a sus casas jugaremos a las escondidas. A ellas les gusta divertirse conmigo. Les gusta empujarme en el pajar y revolcarse como locas. Luego salen corriendo para que yo las busque. Ellas dicen que soy guapo y fuerte. Qué bonito que los primos se amen y jueguen. ¿Por qué será que los primos y las primas siempre se aman? Ahora ya se han ido, pues viven en otro pueblo. Antes de irse escuché que algunas decían: “podríamos llevarlo con nosotros”, pero otras decían: “No, porque es un problema. Mejor dejarlo aquí. Ya vendremos a cuidarlo”. ¿Yo soy un problema? Pues bueno, si ellas lo dicen, seré un problema. Pero no lo comprendo; yo los quiero a todos.

Y cómo no. Ahora vienen las vecinas y desfilan ante mí como en procesión. Son amigas de mi Mama. Son de Rentería Alta, nuestro barrio vecino. Y otras vienen de los aledaños, y hasta otras de más allá del Llano. ¡Cómo corren estas noticias! Son muchas las mujeres que han venido en tropel, pero parece que se hubieran puesto de acuerdo para venir todas las feas. Casi todas son viudas o separadas, y algunas solteronas y flacas como arenques prensados. Está la María Lucero, que es alta y flaca y de luto, y que en vez del lucero de la mañana parece el lucero de la tarde/noche. Y también la Eulogia, por las mismas trazas que la María. Y la Juana que le dicen “La loca”. Y la Remigia la “Perdiguera”. Y la Juana Peralta y la Petra. Y la Lucinda de la calle los carros. Y un montón de viejas más que solo conozco de visto. Y también está la Jesusa de la fuente. Y están la Marisa y la Clarisa, ambas hermanas solteronas, espigadas y altas, más espabiladas que las otras, pero también del mismo corte. Todas son del mismo molde y tijera.

Dicen que han venido a consolarme, pero me miran codiciosamente como si yo fuera un pastel; parecen insatisfechas de la vida y de otras cosas. Quizás les falte hombre (digo yo, si me permiten). Han asumido con resignación y entereza su papel en esta etapa de sus vidas como consejeras, sibilas y civilas. Han acudido todas como en un ritual y como una obligación legal a prestar sus inapreciables servicios… sean solicitados o no.

Ellas prescinden de esas minucias y están ahí, firmes como estaca clavada al suelo. Esta es la costumbre, o “ley”, en estos parajes y no hay manera de librarse de ello, ni de ellas.
Ahora comienzan a rezar el rosario en una retahíla ininteligible, y después cantan. ¡Maldición! Y entre letanía y canto y rezo a veces deslizan alguna parodia, y oigo que dicen: “Pobrecito niño. Qué solo se ha quedado. Las malvadas de las hermanas y las primas no han querido hacerse cargo de él”. “Es de no creer -tercia otra-, cómo está el mundo, adónde vamos a llegar”. “Ahora vendrán los del Consistorio, a ver qué pasa con su familia, y después actuarán”. “Este niño no tiene futuro. Irá a parar al Orfanato”. “Claro, es lo mejor -agrega otra-, aunque con lo complicado que es el muchacho difícil lo van a tener, quien sabe. Tendrá muchos problemas. Qué vamos a hacer”.

Las viejas han traído anís y rosquillas, que engullen animadamente, entre cantos, rezos y lloros, y alguna que otra historia de no sé quiénes ni me interesa, pero que siempre salen a relucir en estas ocasiones. Cierro los ojos y me hago el dormido a ver si se ven, pero las viejas se soliviantan y siguen en sus trece y en sus catorce, e inamovibles… y erre que erre. Están todas sentadas frente a mí en el estrecho recibidor y permanezco callado y no les llevo el apunte. Pero ni por esas. No se dan por aludidas. No todos los días se tiene la ocasión de florear la dialéctica y plan de cumplidos -el “cumplimiento, lo llaman-. Vistas así, parecen las novias de la muerte. Las odio y no las escucho. Vuelvo a cerrar los ojos y me las imagino de noche por las calles solitarias y oscuras del pueblo en fila india, portando una vela cada una. ¡Horror! ¡Dios nos libre! Las viejas parecen adivinar mis pensamientos y sus ojillos inquietos echan lumbre y susurran entre ellas: “¡Qué faltón es este niño! Dios lo castigará”. Llevan toda la tarde ancladas en mi casa y ya es bien entrada la noche y no hay visos de que se vayan. Yo me consuelo pensando en mi vecina Antonia que más luego vendrá. Esa sí que es una mujer y lo demás calderilla, pero ella vendrá más tarde cuando se hayan ido todas estas muermos y loros parlanchines que nadie ha llamado, pero que se creen en el pleno derecho de darme la lata, aunque ellas crean otra cosa.

Ya me estoy desesperando. Ahora parece que ya una amaga para irse, y atrás seguirán las demás. ¡Por fin! ¡Qué alivio! ¡Ya era hora! Ellas han sido mis hermanas, primas y vecinas.

2 comentarios:

  1. Me gustó!!!
    Muy ocurrente
    el chiquillo

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    1. Te agradezco el comentario y que te esté gustando el cuento de MamaNana. En efecto, el chiquillo es un fuera de serie (que los hay). Aún quedan 4 entregas del relato que se harán a la brevedad. El cuento MamaNana es una de las veintitantas historias que componen la obra «Son(ata) para Cuatro Estaciones», libro que está disponible (y que dará mucho que hablar). Además, lo comento de paso, si alguien lo desea, en el futuro estamos contemplando imprimir la obra revisada y completa, en papel. Son joyas irrepetibles de la literatura que conviene atesorar en propiedad. El Rincón Linarett tiene mucho que dar; apenas hemos comenzado. Nos esperan grandes y gratas sorpresas.De paso, tus palabras transmiten ánimo para continuar con el Proyecto trazado. Atentos al futuro mediato—inmediato. Gracias de nuevo y un saludo. Atentamente, Linarett.

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